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lunes, 15 de septiembre de 2025

 DOLOR DE CONTRICIÓN

Yo volvía al famoso establecimiento a sentarme en el banco de mi preferencia y que yo consideraba casi de mi posesión junto al burladero, contrito y arrepentido.

─Déjame pasar, Matías, un botellín nada más. Te prometo que no armaré ningún escándalo.

─¿Estás arrepentido? Menudo sonoro que diste el otro fía cuando te pusiste a cantar el Cara al Sol cuando aquí todos son rojos.

─Si, Matías. Te lo prometo

El maitre había sido seminarista como yo. Él en Burgo de Osma y yo en Segovia, existía entre nosotros una oscura ligazón, lo que llaman los militares fraternidad de armas. Un clavo trabal sujeta las vigas del techo y por eso la casa no se derrumba.

─El jefe don Pepe contigo está que bufa.

─Le regalaré una caja de puros y se el pasará.

─No creas

─Bueno pero ya sabes un botellín y pa casa nada de cubalibres. Lo hago en honor a nuestra amistad. Ambos somos seminaristas rebotados. Vosotros en Segovia os cruzabais beca roja la sotana y nosotros nos poníamos un fajin a la cintura azul para apretarnos los cojones

─Es que vosotros erais más listos y la tenías más larga

─Bueno, bueno, ya empezamos. Anda pasa. ¿Rezaste el acto de contrición antes de salir de casa?

─Sí pero ya no sé distinguir entre dolor de atrición y el de contrición

─Muy sencillo, dijo Matías, el uno es para los pecados mortales y el otro para los veniales

Al maitre del café Gijón no se le habían olvidado los distingos y negó minorem subsustam que nos explicaba en clase de moral el P. Regatillo

Pero yo al ganar mis aposentos se me habían olvidado mis promesas y pedía un sanfrancisco… marchando y luego un par de gin and tonics para animarme. Acto seguido empezaba una peregrinación por las mesas. 

Abusando de mi facundia peroraba loas a Franco que si los pantanos, que si la seguridad ciudadana, que ningún español sin lumbre y ningún hogar sin pan etc., y allí todos los tertulianos eran rojos. Me miraban compungidos, pero como era gente muy educada no me partieron la cara `porque no les daba la gana. Eso sí, reventaba el cenáculo y se iban todos para casa. 

En otros mentideros pasaba lo mismo. Yo me daba una maña especial en ahuyentar comensales. Al poco de llegar yo empezaban a verse claros por los veladores de mármol del famoso establecimiento. Los poetas tomaban el olivo. Manolo Vicent me miraba con indignación. A don Pepe al que llamaban el “mono” le llevaban los demonios.

 Matías se reía para sus adentros aunque por fuera fingiese indignación, pero Fonso el cerillero Alfonso Pérez Pintor el Estilita sentado en la columna, un sabio anarquista aplaudía mis espiches y luego me contaba cómo la otra noche había llegado el Rey en una moto y le dijo que se iba de putas.

Estos dulces recuerdos atemperaban los dolores de mi enfermedad cuando yacía en aquel lecho de Procusto delante del ventanal que daba a un patio donde crecía un ailanto y allí el cuervo mientras acababa de construir su nido  me contaba historias. Era un cuervo muy locuaz. Me recriminaba mi actitud que en vez de pensar en los Novísimos, pues estaba a punto de cascarla, me entretuviera entrando en los chats porno donde había una rusa que me volvía loco.

 Se trataba de Olga la Larga un bellezón siberiano que acababa de entrar en el oficio más antiguo del mundo cayendo entre las garras  de un judío polaco que firmaba con el nick de Barjowy 1950. Este fulano juraba y perjuraba: Olga serás mía. Te compraré. ¿Mercado de la carne en el siglo XXI, tráfico de seres humanos cuando tanto se habla de derechos humanos? A fuerza de dineros y de falsas promesas se la llevó.

Olga la Larga inocente no sabía lo que era el trato de blancas en cuyas redes fue a caer. A mí me producía cierta congoja aquella muchacha tan bella tan inocente, que se había divorciado de un militar, debía de gustarla el sexo pero no era una puta. El sino de esas pobres mujeres suele ser el mismo. Al cabo de un tiempo de ejercer la profesión de hetairas su belleza se marchita, empiezan las arrugas, las enfermedades. A la siberiana yo la veía caer por momentos. Un día apareció en el chat comiendo sandías. Uno de los voyeurs supuso lo que todos suponíamos. La modelo tenía antojos de esa planta curcubitacea. Estaba preñada del macarra polaco. Pasaron unos meses, y apareció en escena. No parecía la misma. Demacrada, vestida casi en harapos, la cara pintarrajeada como una carátula. Había tenido una niña que envió a la inclusa. El Cuento de Hadas (Bayjowy 1950) tuvo que dejarle. La pegaba, la insultaba y tuvo que regresar a Rusia desde Estambul donde se ocupaba con hombres libidinosos hijos de la gran puta del gran harén. Me pareció con esta historia vivir una de esas desconsoladoras novelas rusas que llenaron de lágrimas mi juventud Olga pudiera haber sido un personaje de Tolstoi, de Gorki, o de Iván Bunín. Me hubiera gustado poder salvarla pero yo no soy un redentorista. Soy un pobre enfermo en la cama del hospital mayor de Madrid. A fin y al cabo me doy cuenta de lo que significan dolor de atrición y contrición dos sentimientos que marchan al trote sobre las páginas de este libro cuando de pronto escucho al maldito cuervo partiéndose de risa y llamarme jilipollas:

─La cuestión de la jodienda carece de enmienda. No te metas a mondonguero

▬Callate, cabrón. Demonio de pájaro. Nunca serás más negro que tus alas