BIG
POPPING EYES (OJOS SALTONES) EN EL PACTO DE TOLEDO. Se nos hizo de noche y
vimos al Hombre del Saco al cruzar el Tajo
y allá por el puente de Alcántara se nos cruzó el Ojo Saltones un judío
que no sabe pronunciar las erres y habla de garganta. Tercera autoridad en
estas mansardas. Se me vino a las mentes la mera efigie de don Opas que iba
pregonando calles arriba hasta entrar en la misma plaza de Zocodover paso a la
Inquisición. Me subieron en un asnillo y cabalgando cara atrás cubierto el
rostro con una coroza cual reo del Santo Oficio y como los penitentes
capuchones que van detrás del paso en Viernes Santo.
Dos
alguaciles infames y mal encarados cutían mis espaldas con golpes de rebenque.
Yo maldecía mi suerte y me acordaba de la madre que me parió. Desdichada hora
en la hora que nací. ¿Qué mal fice? Preguntaba yo a mis esbirros y ellos en vez
de contestar descargaban más fustazos sobre mi cuerpo dolorido. Quieto ahí tú,
mostagán, que yo te vamos a enseñar a comportarte, tente derecho y no
retruques.
Pues
vaya-dije yo- pero que mal hice, y al fin uno de los corchetes leyó sentencia y
dijo que iba al palo por pensar por mi cuenta.
¿Es que escribir es un delito? Sí lo es. Un
diacono muy alto y con cara de sátiro al que yo había visto merodear por los puticlubs
de la región e iba a rumanas los sábados noche farfulló un responso en inglés.
Ya no cantaban en latín sino inglés, la nueva lingua franca, los nuevos
inquisidores. No se dirigían a la Virgen tiernas plegarias. En lugar de eso
invocaban a la Democracia y el nombre de Jesucristo había desaparecido de los
anales para dar paso al dios del Consenso.
Los
obispos y hasta el Papa proclamaron que de allí en adelante sólo había que
creer en el Holocausto, como única verdad, aserto e incontrovertible. Todo lo
demás eran leyendas, mitos, consejas evangélicas de las que cuentan las viejas
al amor del fuego.
La cosa me parecía increíble pues se me hacía
duro pensar que con tanta fuerza hubiera calado en el corazón de las gentes la
más recia y horrible de la apostasía pero reparé en el hecho de que estaba en
la provincia del Bolo (Tolrfo), la tierra de los grandes tornadizos y de los
conversos. Habían vuelto los rabinos y estos llamaron a los ulemas y en los
burdeles los malandrines y los macarras ponían a sus coimas mirando para
Toledo, la Jerusalén del Oeste, la nueva Meca de los pactos y los consensos.
En la resurrección no creía ninguno y como no
había vida eterna los directores espirituales aconsejaban a sus confesadas y a
sus pupilos que lo único que importa es lo de acá abajo. Que se olvidaran de
que eran polvo y de las palabras del cura los miércoles de ceniza. Había que
hacer más caso al Jueves de Comadres y vivir como si fuese todo el tiempo Martes
Lardero. El Lunes Corvillo para después. Toda nuestra vida es carnaval, chaval.
Y danos y danos. A ti sí que te voy yo a dar. Lo importante es lo de acá abajo.
De lo que haya allí nada sabemos. Lo cual que
lo mejor cuadra es la regla de los babilonios: comamos y bebamos que mañana
moriremos. Muy democráticamente por supuesto. La muerte es el gran rodillo
democrático les recordaba yo a mis verdugos aquel Jueves de Comadres durante mi
pesadilla. La víspera había sido Miércoles de Ceniza, la antevíspera Martes
Lardero que sigue al Lunes Corvillo. Popping Eyes no dejaba de mirarme. Una
pena que tuviera las manos atadas y no pudiera agarrar un morrillo y esputárselo
en la calva a aquel infame el que consumó la gran felonía el que cerró las
puertas de las catedrales y devolvió la llave a los nuevos invasores para que
instaurasen allí sus lugares de rezo mayormente mezquitas y sinagogas cuando no
logias donde organizar sus tenidas y conventículos. Traté de beberme mis furias
mientras cabalgaba en aquel burro prieto que trotaba por la cuesta entre las
miradas airadas de la chusma que decían cosas muy feas. Acerté a ver entre las
turbas a una señora que dicen la presidenta y se ella se dice a sí mismo
Omnipresencia porque está en todos los saraos y conmemoraciones chupando cámara
que tú no veas. Muy finolis y repeinada pero con una lengua como un carretero.
Muevan ustedes el culo, hijos de la gran puta. Tenía mucho cabreo porque quiso
ser reina y no lo es hasta la fecha. Era una mujer muy deslenguada pero bien
calzada de coturnos y vestida a la última porque encarga sus atuendos a Paris y
es toda ella una marca pero Dios mío qué lengua tenía la señora. Ella me puso
de hijoputa para arriba.
No salía de mi asombro pero un cirineo que se
ofreció para aliviar mis suplicios y me tenía al burro del ramal, un alma de
dios, un buen samaritano me dijo no se asuste su señoría ahora todas las hijas
de familia hablan así hoy por hoy máxime las que otrora fueron chicas de
derechas. Y mira que fueron educadas con monjas y toda su vida fueron muy pijas
pero sacaron los pies de las alforjas y juran beben y fornican peor que
zapateros. Para mi desesperanza la presidenta era la que con más vigor decía crucificadle,
crucifícale. Lo que exaltó a la multitud y llovieron sobre mi rostro toda
suerte de injurias, un par de cantazos y algún que otro gargajo. Échale pan que
mañana pía.
Y
no se lo tenga en cuenta vuestra merced dijo mi cirineo que también subía el
hombre compungido por las pinas y estrechas callejas de la ciudad de Carlos
Quinto pero en la fachada del alcázar ya no había águila bicéfala. En san Juan
de los Reyes arrancaron las cadenas de las Navas, de las Navas de Tolosa, y se
las devolvieron al rey de Marruecos echando por tierra el lábaro y enseña de la
unidad de los reyes católicos, el tanto
monta, monta tanto Isabel como
Fernando, nuestro emblema de la unidad nacional.
La saña deletérea y la clastomanía
irreductible de los tornadizos y pedisécuos del Ojos Saltones encontraron su
paroxismo en el furor con que echaron debajo de los frontispicios de tan
histórico lugar el yugo y las flechas. Se dijo de ahora en adelante ni yugos ni
flechas ni leches porque no sé para qué queremos los españoles el yugo de la
labor si aquí nadie pega golpe ni flechas
del poderío pues andamos nostálgicos e indefensos con el culo al aire
mandando a nuestros soldados a hacer la guerra con besos en lugar de cañonazos.
Café para todos.
Se desuncieron las Españas en una amalgama de
taifas, autonomías golfas y trinconas donde toda corrupción y prevaricación
tuvo asiento, y de cantones y la patria es ya indefensa y sin ejército hasta
tal punto que ésta se convirtió en una casa del tócame roque con sucesos tan
lamentables como el de los paracaidistas ingleses de maniobras que entraban
borrachos en una taberna de Cádiz o en
Lanzarote y se liaban a golpes con los pobres españolitos. Los soldados de Su
Graciosa Majestad apaleaban a los jueces y sodomizaban impunemente a los
números de la Benemérita que iban a detenerlos sin que el gobierno de Madrid
osara protestar porque los del FO eran los amos y aquí ya todos hablamos inglés,
tomamos el té de las cinco y entonamos el dios salve a la reina, al menos es lo
que señalan los poderes fácticos y toda esa tomiza de anglocabrones
americanoides desnaturalizados que han renunciado a su historia y a su lengua
como el Big Popping Eyes (Ojos Saltones). Átame esa mosca por el rabo. ¿Quien
pone el cascabel al gato? Moratinos estaba demasiado ocupado con meter al turco
en Europa. Hacía lo que le dijeran siempre los judíos y sus amos de Washington
en este país: el contubernio con el sarraceno. Escupían contra la cruz y eso
les hacía sentirse fuertes. Ojos Saltones, defensor del aborto, era de comunión
diaria pero dicen que se guardaba las hostias en la bocamanga y luego las
echaba a un caldero de agua hirviendo y las profanaba. La actualidad se asemejaba
a una gran tenida de masones. Cundía la blasfemia y el desencanto. También don
Opas era de la raza maldita y tenía el mismo mirar de los ojos salones.
Sin flechas del poderío nos convertimos en la
risa de las naciones, campo de Agramante de la emigración. Llegaban en manada a
nuestras costas y los españoles de bien tenían que agachar la cabeza, besar el
látigo, adorar al dios del Consenso. Paciencia y resignación. Somos extranjeros
en nuestro propio país. Tendremos que emigrar de nuestra patria otra vez los
buenos españoles
La avilantez de los gobernantes como el
execrable embono de los Ojos Saltones que por lo visto era un socialista de
padre falangista, un cacique para más señas, de apellido infame. San Homobono
era el patrón de los sastres y él era un alfayate, un malabarista de la
política que no daba puntada sin hilo. Nada por aquí, nada por allá. Su padre
fue gobernador civil y juró los Principios del Movimiento, y tuvo un tío
alcalde pero donde dije digo, digo Diego, chiquitos, y esa sí que es gorda. ¿Adonde
vamos? Al desastre, según parece pero dicen que sarna con gusto no pica.
En la plaza de Zocodover estaba preparado el
tabladillo o picota donde harían con mis pobres huesos lo que corresponde.
Había un poste rodeado de retama, el balago de arder, estaba la yesca preparada.
Iban a quemar a un cristiano recalcitrante de herejía democrática pero aunque
me maten o daré nunca mi brazo a torcer y había que decirle al Ojos Saltones a
sus jodíos morros que no era más que un jodío bolo.
Las gentes que se habían vuelto morbosas e
insensibles a los males de su vecino, de tanta tele basura como se había comido
sus ojos y roído su alma por culpa de las quintanillas y anarosas quintanas,
marilós, las reinas de las mañanas y las princesas del pueblo y de ver a todas
las horas al presentador de la cabeza gorda y los pies planos en soporíferos
programas que duraban doce horas, mientras los torticeros manijeros zurcían
mentiras a todas horas y no paraban de hablar de la crisis, predicando al
pueblo como si fueran ovejas modorras, metiéndoles el miedo en el cuerpo,
contemplaban con deleite el espectáculo y se decían unos a otros éste va a
arder bien.
El rabino de la Sinagoga del Tránsito Un sacristán
del mismo templo trajo eslabón y pedernal e hizo fuego y, aplicando tea, prendió la lumbre. A redoble de tambor, un
pregonero proclamaba:
-Cristianos a enforzar.
-Hijoputa…Hijoputa. Eres un pregonao
Doña
Esperanza para mi desespero se encontraba en el cupo de los que contra mi
hicieron causa y allí estaba entre el populacho desgañitándose contra mi
persona. Tampoco faltaba la Bibliotecaria de Logroño, una tal doña Planchas
Planchitas y con el nombre de Carmina bautizada mas luego hizo renuncio y
recobró el de Sara, su primigenio. Ella también se metió con mi alcurnia.
Aunque cambió de credo, esa señora como escritora será siempre mala. Entró en
contubernios con don Arbolí, otra moneda falsa.
No
me quedaba más remedio que admitir la culpa por la que se me condenaba y
aceptar mi condición de caganidos. Yo no era más que un “pregonao”.
En un relámpago ardió todo mi cuerpo. Gracias
a Dios, pues grande era mi fe, no flaquee en el tormento porque siendo de la
raza ibérica y mi padre aragonés. Sentí pena de la multitud dirigida por aquel
Anás de los ojos protuberantes, sudoroso y vaporoso, tercera autoridad del
Estado, que no pronuncia las erres con las sietes señas del hijoputa, metido a
politiquero siendo su distintivo principal la barba en parroquias y los muchos
sudorosos que canta todo su cuerpo que no hay quien se le acerque cuando se
sienta en su estrado presidencial en el congreso. Arrimaron fuego pero en lugar
de llorar me dieron ganas de reír y, contumaz igual que don Rodrigo en la
horca, me puse para mi último trance en el pináculo del cachondeo. Pude desligarme
de las esposas que me maniataban y, libre de manos, llevándomelas a los
genitales exclamé:
—Me
la chupáis todos vosotros. Vosotros me la chupais en cuadrilla y al de por
junto, aunque muera mártir. El que se sienta en el tribunal no es más que un judío
bolo y se lo digo a sus jodidos morros.
Y,
haciendo las señas del macho cabrío expiré, mártir de la causa. Estoy seguro de
que mi nombre enseguida ingresó en la nómina de los santos y mi alma voló
derechita al cielo después de haber dado testimonio de Cristo y amado a mi
patria desde aquella hoguera de la plaza de Zocodover gobernada por aquel
sanedrín toledano encabezado por un felón de los Ojos Saltones como gran
sacerdote. Subí a la gloria chutándomela con todos mis enemigos sobre la planta
de mis pies. Había ollado la cabeza del dragón. Fue de esta manera gloriosa y,
terne en mis convicciones, como hice la jera precisamente el día que comenzaba
la Cuaresma y las ciudades celebraban el entierro de la sardina.
viernes, 12 de febrero de 2010