ANTONIO MACHADO ERA IMPOTENTE
Labios bembos marcados por la silicona melena al viento las incombustibles chicas Hermida se resisten a pasar la hoja, inasequibles al desaliento. No quiero entrar en comparaciones entre los dos escritores cuyos nombres remacharon las antologías durante la Dictadura. El mayor era la elegancia sevillana y el menor el desaliño mesetario. Un poco como el Coletas ese Pablo Iglesias que se han sacado de la manga el marxismo norteamericano. El uno mujeriego y el otro ¿impotente?
La Nieves Herrero cursi entre las cursis risa de la COPE entrevistada esta mañana por la Schlichting (yo vengo a hablar de mi libro, Paco Umbral tú fuiste un profeta) escarba en las reminiscencias del corral machadiano sobre sus supuestos amores con una tal Guiomar.
Don Antonio los jueves por la tarde cuando cerraban el aula del Insti a la vera del acueducto donde yo me examiné de ingreso tomaba el tren tranvía y se iba a Madrid de putas pero dicen que tuvo un amor platónico con esa doña Guiomar, nombre supuesto, también poetisa mujer casada que no quería escándalos.
El vate que ya no guardaba luto por su mujer la soriana Leonor se resarcía de sus frustraciones con vino de Navalcarnero y visitas a los colmados de la calle Echegaray. Según me contó una vez otro de sus biógrafos José María Moreiro y que había estudiado el tema de estas relaciones fallidas entre las pilunguis del arrabal madrileño el literato no tenía buen cartel. Era lento tardón y un tanto casposo. Dicho de otra forma que no le iba el meneo vaya.
Sin embargo, ahora los cronistas cuentan al respecto lo que les viene en gana.
Por ser republicano Antonio ha sido canonizado por la chusma socialista que pervive entre nosotros al igual que García Lorca o Miguel Hernández pero ellos no constituyen más que una mínima parte de la gran literatura española. Son la mota de arena en la inmensa playa de nuestras letras. No hay pues rigor. Todo se ha politizado y ahora tenemos a esas chicas Hermida de los carnosos labios bezos y ellas tan de derechas (todas operadas) que aspiran a un cuadro de honor entre los inmortales, publican libros, escriben novelas malas, y andan de la ceca a la meca y en candelero. Son mogollón una buena tropa feminista moviendo el bullarengue y haciendo ojitos y galanteos por cámaras y micrófonos.
A mí estos enjuagues, trampantojos, minus valoraciones, olvidos, desconsideraciones y despropósitos me dan un poco de pena. Porque son maulas y añagazas del Contubernio. Seguramente que ninguna de estas divas ha leído “Campos de Castilla” van a lo fácil y encuentran campo abonado para su encumbramiento y pose en la letra muerta. Creo que el verdadero libro que habría que escribir sobre el mitificado Antonio Machado se refería a la desdicha de contar con una virilidad en merma que redunda en su carácter alcohólico y lo atrabiliario y ácido de su poesía pesimista. Ahí está la verdadera clave de un buen libro en vez de escudriñar las cartas platónicas del lírico a una ninfómana, la tal Valderrama que le ponía los cuernos a su marido un militar de alta graduación hasta con el lechero.
GUARDEMOS SILENCIO EN EL TEMPLO DE VOLUTIA
Hay que guardar silencio en el templo de Anguerota, la vestal que me introdujo en el mundo del mutismo. Séneca me enseño a dominar mi concupiscencia desde el criterio de que el dominio de las pasiones sobre todo la gula es el pórtico de entrada a la felicidad.
El silencio es inefable puesto que la palabra a veces ofusca el entendimiento y empecé a ver claro cerca del circo máximo. Los gladiadores hacían músculo en un campo de entrenamiento cubierto de grava. Olía a embrocado y a sudor. Los reciarios hacían movimientos de calentamiento con la red, los andábatas extendían el tridente y un esclavo subalterno les enseñaba cómo tenían que gritar ave cesar los que van a morir te saludan. Un calificador catalogaba las posibilidades que tenía el etíope Ursus de vencer a un tigre que le soltarían media hora después. Se escuchaba el bramar de la multitud ¡ah cuando ruge la marabunta y las pasiones se exaltan entre la plebe! Un sol de justicia caía a plomo sobre Roma. Los luchadores ensayaban llaves y estratagemas para derrotar en la lucha a su oponente. Un clavijero que debía de medir dos metros limpiaba el “anguis” o enseña militar con un dragón pintado que abriría carrera de la procesión de tres vueltas al ruedo y otras tantas prosternaciones ante la tribuna del emperador. Vi a Nerón. Era un tipo rechoncho de ojos grandes y nariz gruesa caído de hombros rostro lampiño y mirar distante, la vera efigie de la crueldad. Una diadema de oro orlaba su frente, llevaba tres anillos de zafiro en los dedos y su aspecto era el de un hombre vulgar de origen germánico. Estaba gordo y lanzaba constantemente risitas y carcajadas. Bebía vino de Salerno y, antes de empezar la función, ya estaba “trompa”. Un “signífer” o adelantado de centuria trepó a lo alto de la columna Trajana y soplando en un añafil de plata tocó el clarinazo que marcaba el inicio de las espectaculares “joci” circenses. La chusma enardecida vitoreaba al emperador y gritaba:
— Panem et circenses
Fuese menester tener contento al pueblo y propicios a los dioses o no, el hecho era que ésta era la política de los emperadores para atenerse en el trono. Vulgus vult decipi (al pueblo le gusta que lo tengan engañada, es veleidoso y masoquista). Arriba y abajo por delante, por detrás. En lo alto estaban los dioses y el senado romano, abajo el ejercito y el populacho. Por las gradas se veían sombrillas y parasoles para guarecer del sol: Roma mostraba su mejor aspecto en las caras tostadas de los libertos y el bello cutis de las matronas. Vendedores ambulantes recorrían los vomitorios vendiendo agua de nieve y pepitas de calabaza. Se cruzaban apuestas sobre los contendientes. Unos apostaban por los que habían de perecer en la arena y otros por los gladiadores victoriosos. Cantaban sus nombres y se proclamaban “addicti” de su beligerante preferido. Unos apoyaban a Carneades un griego con cara de matón al que le faltaba un ojo que pegaba golpes certeros y ganaba todos los combates y otros a un tal Rufus venido de Hibérnica que era el terror del Coliseo. Alto, fornido, pecoso, el pelo azafranado.
El día de circenses las vestales tenían la tarde libre. Y algunas acudían a los juegos causando entre la hinchada admiración por su belleza serena y llena de quietud. La vestal maesa portaba una diadema sobre la frente y guardaba, altiva, a sus pupilas con gestos hieráticos de abadesa; las joyas injertas en amatistas, diamantes y zafiros, que llevaban las vírgenes de la diosa que fecunda la tierra en la cabeza los pendientes y las pulseras hacían aguas sobre el horiuzonte deslumbrando a los espectadores. Uno de los gladiadores cayó derribado por su contrincante cuando se distrajo mirando para el tendido reservado a las vestales. Les daba escolta a las jóvenes una cohorte de los más hercúleos eunucos, algunos de ellos provenían del Alto Nilo, eran númidas. Antes de entrar al servicio del templo eran castrados sin más complicaciones. También custodiaban a las meretrices del harén del emperador. En el anfiteatro los númidas se destacaban por sus cuerpos atléticos, y el rigor con el que cumplían con su deber: mantener a buen recaudo a las vírgenes consagradas a Júpiter de la lascivia del populacho. Violar a una vestal constituía uno de los delitos más horrendos del derecho romano, castigado con la pena capital, previa emasculación del delincuente. Una vestal tampoco podía ser condenada a muerte. Permanecían encerradas entreaño. Al llegar las saturnales, sin embargo, era quebrantada su clausura y sec les permitía salir a la calle. Se las veía pasear por la Vía Apia arrastrando sus peplos y ricos mantos de seda guarnecidos con ricas alhajas extraídas de las mejores minas del imperio. Roma no pagaba traidores. La gran solidez y consistencia de un sistema que duró más de diez siglos se apoyaba en la norma del derecho, el cual a su vez tomaba como columna basal dos conceptos: el “jus” (derecho) y la “virtus”.
Tuve yo allí un esclavo griego, Andronicus, que me enseñaría las pandectas y todas las intríngulis bizantinas de la casuística forense. Los hados y la superstición eran otra característica que servía de base a su concepto sincretista de la religión. Eran un pueblo práctico. ¿Por qué conformarse con un dios único — aducían los flamines que servían de sacerdotes a Júpiter— cuando la divinidad puede constar de tantas variantes en medio de una realidad tan complicada variopinta y diversa? No hay respuesta. Sólo sé que no sé nada. Lamentablemente, las religiones fueron la causa de muchas muertes y peleas entre los mortales. Allá cada cual con su creencia.
En un rincón del anfiteatro aparecían despavoridos y sollozantes como medio centenar de personas. Entre ellos había viejos mujeres y niños, unos se mostraban temerosos y gemebundos pero otros aparecían alegres y como deseosos de alcanzar la palma del martirio en la boca de los leones. Iban a ser sacrificados por haberse negado a quemar incienso en honor de los dioses.
El egregio luchador Silvinus Carassus parecía querer arroparlos, dispuesto a defender a aquellos postulantes de una religión nueva, predicada por un judío palestino llamado Saulo de Tarso. El cual aseguraba que Jesús, su maestro, había bajado del cielo para salvar a los hombres pero murió en una cruz (el tormento más ignominioso para un romano) condenado por el consejo de ancianos de Jerusalén para quienes era un blasfemo por haberse creído hijo de Dios.
Vistoso y abigarrado espectáculo el que ofrecía aquel recinto abarrotado ocupado por una chusma de desarrapados ávida de emociones fuertes. Cerca de sesenta mil almas contemplaban la arena desde los tendidos. Unos reían o cantaban, otros lloraban o gritaban lanzando invectivas contra el cielo; por culpa del vino las riñas frecuentes. La mayor parte jugaban a los dados o se dedicaba al merodeo amoroso. El Circo era un sitio muy a propósito para buscar novia, según Ovidio. La ludopatía y la lujuria eran vicios mayores en Roma. Se jugaban a la mujer, a la madre, las fincas, la casa y perdían hasta la camisa. De pronto se notaba barullo en una grada. Dos espectadores se estaban pegando, y en ese momento escupía el vomitorio un pelotón de soldados que zanjaba la disputa a machetazos. Se escuchaba el letal sonido de los “gladia” (aceros) que llevaban al cinto los pretorianos. Los juegos duraban todo el día hasta la noche por lo que había que traer merienda. Se veía a algunas mujeres comer a dos carrillos bocatas de jabalí o una salazón de pescado que llamaban garium. Regaban la merienda con vino aguado. Sobre todo las mujeres libaban de lo lindo. Apuraban las “pocula” (jarros) Una matrona que le había dado al pimple más de la cuenta se puso a cantar canciones obscenas y recitar versos de Plauto se llevaba las manos a los genitales y exhibía los pechos al aire por culpa del vino. La plebe empezó a silbarla y jalearla y se preparó todo un espectáculo. Estaba beoda. Había consumido dos cráteras — casi una cántara — de morapio de Lesbos que en las “cauponae” (tabernas) se consideraba el más fuerte. El pueblo se divertía con la vieja. Quería pan y circo. Nerón dio la señal y un trompeta (el “tubicen”) soplando a `pleno pulmón por la tuba tocó una diana florida, saltaron a la arena, rugientes y en manada, los leones que habían de despedazar a los cristianos,
AL CATÁBULO (filigrana tremenda en forma de alegoría)
I
-Eh, vosotros, los del último banco, fuera de clase.
Estábamos en una lección de Teología Moral que daba don Benigno y con las mismas sacamos el banco a los pasillos y nosotros y nuestras sotanas nos metimos para adentro y aquí no pasa nada pero luego vino el Rector que era el arcediano Linderos y nos envió a toda la cuadrilla al Catábulo, las viejas caballerizas, convertidas en cochiqueras de donde partía olores mefíticos a causa de los cerdos estabulados. Por nochebuena matábamos el cerdo para el gasto del internado. Eran tiempos de carestía y de posguerra y con la beca nos moríamos de hambre.
Tuve por premonición aquella advertencia porque me pareció la que se venía encima la idea de que nunca tendría amigos y los que así se nombraren serían o de la acera de enfrente o del bando contrario. Con esa clase de amistades no se necesitarían enemistades y para de contar porque a lo largo de mi vida se ha cumplido el castigo. En el catábulo debieran de estar las cuadras de Alfeo; así que todo ello era una condena a trabajos forzados de por vida. Tú nunca llegarás a nada. Con las labores de Hércules vaciaríamos la laguna Estigia e Ícaro alzaría en su vuelo la piedra hasta más allá de donde planean los buitres y cuando ya estaba a punto de alcanzar la cumbre la piedra se le caía del pico porque así estaba escrito pero a otros de mis condiscípulos les fue mucho peor porque a unos los matarían en la guerra y otros que llegasen a cantar misa serían tratados a patadas por el obispo y otros ya con el pan de la proposición en las manos se volverían para atrás y dirían que nones eso de ir a misiones o enterrar sus vidas en la aldea perdida. Mauro mi compañero de terna se volvió loco y lo llevaron a Quitapesares le daban congojas, veía cosas raras hablaba sólo y de noche le daban sudores, se le erizaban los pelos al pobre porque decía que se le aparecía el diablo. Fulgencio mi primo se casó con una monja y Florentín fue un santo varón. La cuerda tendría que romperse por alguna parte y todo por aquella mala broma que le gastamos a nuestro profesor de Teología. Estábamos metidos en una tesis del doctor Angélico sobre la predestinación y nos aburríamos y empezamos a enredar a tirarnos bolas de papel unos a otros y claro don Benigno se puso como una fiera y nos echó pero aquello fue más que una reprensión. Fue un castigo divino a vivir entre boñigas y bostas de vacas y vaquerizos durante toda la existencia y más que una existencia toda la eternidad… para siempre… para siempre. ¿Y Saulo y Mauro y Licinio, Generoso, Clodoaldo? ¿Dónde andarán?
Nunca darás remate a su tarea. Fuimos propuestos para jefes de escuadrón y acabamos de forzados a las órdenes de Tántalo, el cuatralbo de la gran galera del destino. En el catábulo no olía bien pero por el invierno se estaba calentito, se sentía bostezar a los caballos, a las patitas de las potras golpear el suelo de piedra y a las vacas ronzar mientras mugían sus terneros. Lo peor de todo fue estar expuestos a la envidia y la calumnia y a la enemistad y traición de los falsos amigos… para siempre… para siempre… para toda la eternidad y que cada uno se las apañe se coma las uñas o se fume el pijo. O vos omnes qui transitis per viam videte et sentite si es dolor Sicut dolor meus. De ese modo y a nuestra manera íbamos a ser crucificados con Cristo, portando la cruz a cuestas, sacerdotes unos, rebotados o apostatas otros pero que bebieron su infancia en el mismo jarro y fueron destinados al palo, iban subiendo al monte de la Calavera sin arrimos de cirineos ni el paño de lágrimas de las verónicas.
-La Verónica era el paso de Semana Santa que más me impresionaba en las procesiones que presenciaba aterrado desde la acera de la Canaleja. Por medio de la calle y escoltado por la guardia romana caminaba una mujer joven con una túnica blanca cubiertos sus hombros de un manto azul portando en las manos el sudario con el santo sindone.
-¿Quién era la Verónica ?
-Una hebrea. En realidad se llamaba Beronice y era una de las santas mujeres que acompañaron al redentor desde Cesárea de Filipo. Beronice la victoriosa que estaba casada con Zaqueo el enano el que se subió a la higuera y pasó su vida en ella haciendo penitencia sentando ejemplo de los primeros monjes. Beronicellevó su pañuelo a Roma y su reliquia milagrosa curó al emperador Vespasianode un cáncer de nariz tan malo y putrefacto que los gusanos entraban y salían por las aletas y ollares de su apéndice nasal enfermo. Fue martirizada y enterrada en las catacumbas de Santa Priscila. ¡Qué cosas! ¿No te parece una bonita historia.
-Claro que sí. Mucho sabes, Ostiario.
-De chico me leí los Apócrifos y algunos pasajes me los supe de memoria y es que me gustó leer. Es una segunda vida, Eustacio
-Claro, por eso tienes pocos amigos.
-Mis mejores amigos están en los libros y ellos forman parte de mi condena.
-Son buenos consejeros y menos peligrosos.
-Naturalmente.
-¿Te hicieron feliz?
-Hombre no del todo pero leer es como vivir una segunda vida.
-Eso es tan cierto como que la Cara de Dios está en Jaén- gritó Eustacio entusiasmado.
Eustacio era el ángel de la guarda de Ostiario Puertas el de la broma del banco en aquella clase de Teología cuando quisieron gastarle una broma al catedrático don Benigno que les costaría cara pero que impregnó su vida de querencia de lo alto y de sabiduría. Vivieron todos lejos de los devaneos, ambiciones y prodigalidades de los que se dedicaban a los dineros y a la usura. Ellos pensaban que la televisión era un aula de violencia, se aburrían en los telediarios y conjeturaban que una de las “dictoras” o locutoras de tronío que tenía los ojos verdes era el diablo que se aparecía a los españoles a las tres en punto disfrazado de mujer hermosa. Después los tertulieros bieldo en ristre aventaban la parva de los espíritus malignos narrando un evangelio al revés de infamias, corrupciones, atentados, revoluciones, conspiraciones, amenazas, vejámenes a mujeres malos tratos a los hombres entonando desde su ambón electrónico de forma muy redicha en tono de sibilas la mala nueva. El aperreo informativo era como quitarle las ganas de vivir al más majo.
Ostiario y el ángel se retiraron a su humilde celda porque ya tampoco se podía ir a misa y se entregaban a sus preces y penitencias. De allí a un rato exhalaba la habitación un aroma celestial y se escuchaba el murmullo de un río de letanías. Veían la cara de Dios y ahora resulta que aquel pobre predicho, un “pregonado”, condenado por todos los hombres, víctima de las maledicencia de los fachas, los ex fachas, de los que fueron azules y se volvieron del color de la grana no por ideas sino por interés acomodaticio y al que expulsaron del paraíso quitándole la estola pero se arrepintió tuvo un 20 enero cuando los rusos celebran al Bautista una teofanía, escucharon el himno de los coros y el catábulo se convirtió en una amplia sala con las techumbres adornadas de alfajías policromas y columnas de jaspe con capiteles de oro macizo donde sonaba el violín y el ritmo y el concento de la armonía. Eustacio por mandato de dios expulsó a la bestia. La habitación no era una cuadra sino un palacio una gran sala donde se iban a celebrar los desposorios de un príncipe. El Esposo era el Hijo de Dios que contraía nupcias con la iglesia. Llegó Pomonio que le robó la frase a Judas “a qué tanto lujo, maestro, por qué ese dispendio, toda esa inversión se lo podríamos dar a los pobres” y el Arcángel Divino entonces desenvainó la espada, derribó al calepino pues su rostro parecía un diccionario de chistes o un tratado de gramática parda de la silla gestatoria donde se había apoltronado al grito de “Quis Sicut Deus” y blandiendo su espada flamígera amenazante miraba hacia su gran trasero:
-Fuera de aquí, usurpador.
Y fue así como fue destronado el antecristo y arrojado a las tinieblas exteriores con pinta de jesuita. Un serafín leyó luego el sermón del monte y Eudocio le dijo a su protegido Ostiario a la oreja muy quedo:
-Tú no te preocupes porque los últimos seréis los primeros. Aborrecidos de los hombres os nombra por vuestro nombre como amigos el propio Dios. Persevera.
Todos los que allí estaban lloraban de alegría y se limpiaban las lágrimas con el paño de Beronice
-Entonces ¿lo de la expulsión del aula magna de aquel seminario vacío y la condena a los trabajos de Argos era mentira?
-No era mentira sino una parábola porque el idioma divino nunca podrá ser entendido por los hombres sino a través de imágenes y signos.
Ostiario se quedó con la boca abierta:
-Ah
Y a partir de entonces para el pobre ex seminarista no hubo más catábulos. Se acabaron las cuadras de Alfeo y las casas de fieras. Sin embargo, no habría que perder de vista a la gran patulea de espíritus dañinos que se habían apoderado del alma de las mujeres y de los hombres. Uno de los ayudantes del Signíferodespués de aquella infernal derogación pontifical se acercó a Ostiario muy misterioso y le recomendó lo que solían decir los mandos a sus guardias civiles cuando salían de patrulla paso corto vista larga y ojo al cristo que es de plata; esto es:
-No seas ingenuo ni cacatua, Ostiarín, no te fíes ni de tu sombra, desconfía de los que te llaman por teléfono y se dicen tus amigos. Te están vigilando los malditos esbirros de Hitler, los topos de la Inquisición en desguisa de alzacuellos vaticanos, cáfila de herejes y rufianes con cara de cura, los lobos se disfrazan de corderos y las serpientes cambian de camisa.
-Así es. Gracias por advertírmelo, ángel bendito que yo no me daba cuenta. Son muy suaves tus palabras a mi oído.
De aquel día después de pasar por las horcas caudinas vigilaba a Pomomio que ese también era una buena pieza. Dejemos que el bausán de Arévalo siga haciendo momos y los espantapájaros sigan marcando paquete obsesión de putos y de peleles que esos no asustan ni a los grajos. Hoy como vuelan bajo pues eso: hace un frío del carajo
20/01/2014
de morftuis nisi bene. adios a martin prieto que es de la misma quinta que yi pero de diferente cuadra. Lleva toda la razón en su juicio sobre elk zarpastroso, descamisado y repelente Iglesias, pero no de su procedencia. No es un asalariado de Irán ni de los ayatilas. A Iglesias le paga Israel via Soros y los americanos. Yo también soy de la escuela del Arriba, no tengo nada que ver con Martin Prieto que estaba algo loco y era un trepa
Martín Prieto hiela la sangre de Pedro Sánchez sacando a la luz la imagen más espeluznante de Pablo Iglesias
"Es un peligro para España por su sectarismo, su verborrea populista e intoxicadora, la irresponsabilidad de sus ignorancias y su obsesión por crionizar un comunismo descartado por la Historia"