Seguidores

Seguidores

lunes, 5 de septiembre de 2016


SASTRES VIENEN AL INFIERNO VAMOS. SER GORDO ES HOY UN PECADO MORTAL

 

 

“Sastres vienen al infierno vamos”. Quevedo que era tan renco como lenguaraz y es un gozo leerlo reservado a los estoicos como el que suscribe para entender la desesperación del mundo aguza sus dardos hacia el honorable gremio de los alfayates, a los que odiaba tanto como a los taberneros pero un poco menos que don Luis de Góngora y Agorte, aguza su sátira contra los golilleros del jaboncillo las tijeras y el acerico prendido en la manga.

Será lo que tase un sastre. Pues eso. No hay ningún hombre grande para su ayuda de cámara.

 

Nos tienen tomadas las medidas y saben mucho de las imperfecciones de nuestra percha y yo tengo una, que es la desesperación de los del gremio del arte del corte y confección, pero mi amigo Genaro, el hombre y su hermano Alejandro, que regenta una sastrería en a Arévalo y son familia de los Seseñas – nadie sabría hacer una pañosa con tanto cuido y perfección- que debe de ser de las más antiguas de Castilla la Vieja hacen lo que pueden.

Lo suyo era el traje talar de los obispos las buenas pellizas y hasta los mandiles de fregatriz sabían confeccionar. Han estado vistiendo de la Edad Media para acá a media comarca de las Morañas.

 

 ¡Ay aquella pana— la pana de Sabadell— ya nos se fabrica. Duro hablar del estatuto prostituto pero los catalanes no mandan retales sucumbiendo en el sector textil a la competencia de los chinos. Toda una desgracia para los labrantines de mi mocedad cuando un traje era para toda la vida o al menos habría de durar unos cuantos años, resistentes para ir a arar o la camisa de percal para los días de fiesta cuando se gastaban pues un remiendo en aquellos años de labranza no daba para más! Zurcir coser y bordar y ¿qué más? La aguja y el hilo el tijerón a mano para cortar y una cantinela “tanto que sabes coser tanto que sabes bordar y me has hecho los pantalones con la bragueta pa atrás” y buena semana te dé el Dic que entonaban los sefardíes en las aljamas pues era profesión ejercida mayormente por los judíos.

 

Que “para sastres Hervás donde judíos los más” y otro dicho competente: “el sastre de Sacramenia se santigua del revés y da la venia” “con el de Cantimpalos salimos a palos” y el de “Campillo cose de balde y pone el hilo” “esto es coser y cantar sí, sí, coser aquí y cantar en la iglesia”, como dijo el otro. Bueno va.

 

El mostrador de Genaro es un poco el referente social de las generaciones que pasaron por la villa y siempre que me voy a probar me hago la misma pregunta. ¿Será este el último que me hagan? ¿Cuántos afeitados me quedarán? Así que acudo a esta tienda arevalense pues es para mi un lugar entrañable al recordar las tertulias de rebotica y las parrafadas que echábamos, cómo arreglábamos el mundo, o cómo nos contábamos cuentos con cierta prevención. Ya digo tengo un cuerpo que es la desesperación de los sastres. Las chaquetas del Corte Inglés me pingan y los pantalones quedan pesqueros o les sobra pernera y por abajo un dobladillo de más. A un sastre no le engañas jamás. Son gentes acostumbradas a trabajar con la verdad de nuestros pobres cuerpos que se han de comer los gusanos. Su intuición les lleva al perfecto conocimiento de nuestras glándulas, saben de que pie cojeamos.

 

Ir al sastre es como pasarse a recoger unos análisis. Genaro me rodea con el metro de plástico los cuadriles y no me abarca casi. En mi frente unos pelos de menos o más canos que la otra vez y en la cintura unos centímetros de más. Has engordado. La buena vida. De la danza sale la panza. ¿Y todos esos lechones que te metes en la “Pinilla” regados con el vino de las Morañas, eh, eh? No me fastidies, Genarín a mí lo que me engorda es la mala leche. El ir contra corriente vivir con la conciencia tranquila, pero sometido a la hostilidad de esas milanas del estrado cuyos ojos me apuntan cuando entro a trabajar como dos fusiles detrás de un parapeto.

 

 ¿Qué habré hecho yo para caer tan mal a la gente? ¿Ser gordo? Los gordos nos hemos convertidos en una especie marginal, el lumpen hostil, al cual esta sociedad tan injusta y descomedida para lo que le conviene aunque para otras abre la manga ancha, le ha declarado la guerra al tejidos adiposo. Nosotros no tenemos la culpa pero nos hacen culpables de nuestros kilos de más, de ser un poco ventripotentes de aspecto y afligidos de prolepsis o ptosis crónica que es como denominan los endocrinos a nuestra enfermedad.

 

 El otro día al pasar por cierta puerta mis mollas quincharon una falleba del arco de seguridad y se dispararon las alarmas. La securata vino hacia mí hecha una Euménide y, sin llegar a detenerme, me trató como si fuera un criminal. Señorita fue sin querer pero a estas furias de no les valen razones. Están ahí para vigilar, no frente a un ataque externo, sino a los de dentro. 1984. you are being watched. Estás siendo observado. Te observan por todas partes a través de la mirilla electrónica de sus cámaras. Una red de espionaje se extiende por toda la ciudad. 

La han emprendido con los fumadores y ahora puede que les toque el turno a los que somos víctimas de nuestra propia grasa. Proponen un mundo feliz y bajo el control de los securatas, una especie de policía paralela.

 

 Cámaras por los pasillos, chivatos de observación hasta en el retrete.

 

 Pues habrá que tomar medidas. Eso es lo que venimos haciendo desde que don Adolfo Suárez que también fue buen cliente de esta casa donde yo me visto – pobre Adolfo, ya crías malvas en la ciudad de Ávila— se marcó la frase de puedo prometer y prometo y después instauró la Transición y nos colocó en el limbo a todos nosotros. De ahora en adelante todos cabos primera, que vienen arreando los del Coletas con muy mala leche.. Sí, sí tomar medidas. El sastre me da otra mala noticia; no sólo han aumentado mis caderas sino que también las nalgas las tengo con más rumbo en el último lustro que es el tiempo que a mí me suele durar un terno. Vaya por dios.  Mientras mi amigo el sastre de Arévalo no me ponga motes y me llame Paca la Culona como decía el general Queipo de Llano del General Francisco Franco no va del todo mal la cosa pero habrá que tomar medidas, ponerse a régimen y apretarse el cinturón una vez más. ¡Qué sé yo! Coser acá y cantar en la iglesia. Vas al sastre y terminas en el cura pues bien lo anotó Quevedo en aquella frase lapidaria: "Sastres vienen al infierno vamos".

 

TRILLOS CANTALEJENOS EN TERUEL

 

Cuando a mi pobre padre le dolían las rodillas porque iba a cambiar el tiempo se las atentaba y decía: "Hijo, hijo, Teruel". Se le congelaron las piernas en la batalla del Seminario y mi pobre suegro Gabriel Tuya que también estuvo en aquella movida cuando los termómetros bajaron a veinte bajo cero en aquel frígido invierno del 37 murió a consecuencia de un enfisema o si se quiere cáncer de pulmón porque le marcaron para siempre las pulmonías.

He visitado por primera vez aquel lugar y me emocionado ante el impresionante edificio que domina el paisaje de esta bella ciudad altiva recordando a mis seres queridos. Ellos pertenecían a los "unos" pero también lloré por los "otros".

No quiero entrar en detalles (los cronistas de nuestra guerra civil ya contaron al detalle lo que ocurrió pues sería mi deseo que nunca los españoles se mataran, debieranselo contar a las nuevas generaciones de una forma cabal y circunstanciada sin apasionamientos ni revanchas)

Hubo heroísmo por ambas partes. Porque allí los cojones de rojos y azules no faltaban. Al alférez Recellado, mi padre me contaba, una tarde le entraron ganas de fumar y en una de las angostas calles de Teruel había un estanco con las puertas desencajadas pero las cajetillas del mostrador estaban intactas. Se apostó con un falangista que cruzaría la calle para abastecer de cigarrillos a sus soldados, saltó el parapeto al grito del último maricón pero el sector no tenía desenfilada. Le arrearon cuando llenaba la petaca. No consiguió fumarse el mixto con el que suspiraba.

La vida en aquel infernal un mixto no valía un mixto. "Hijo, hijo Teruel". Pero Teruel es una de las más bellas provincias de España. La he recorrido de arriba abajo en sus castillos góticos, en sus iglesias que un día fueron alminares y que el rey asturiano Alfonso II el Casto convirtió en campanarios. Buena y hermosa gente de hondas raíces cristianas con cierta ascendencia islámica mitad mudéjar mitad muladí con un entronque muzárabe que desapareció tras la conquista del rey Asturiano Alfonso II el Casto al que recordarán siempre los turolenses con su monumento-fuente en la Plaza del Torico.

Me fui a los baños de Manzanera aguas arriba del río Torrijas, que horada impresionantes hoces coronadas de almendros, pinos, sabinas, manzanos y nogales que allí llaman nogueras y en un pueblo abandonado de aquella ribera que llaman el Paraíso Bajo en unas eras derrelictas encontré un trillo  de Cantalejo con el garfio de amarre, sus pedernales y aquel silex casi prehistórico que trituraba la espiga.

Me guardé uno de los pedernales en bolsillo como recuerdo. Ya se acabaron las parvas y murieron las canciones de trilla. Un mundo que se fue.

El antiguo apero, al que solo le quedaba una tabla, guardaba el perfil en la trasera y alabeado avante (no era fácil fabricar un trillo en condiciones, se requería la pericia de un buen ebanista) según la técnica de los carpinteros de Cantalejo, aquellos audaces trajinantes de cerca de mi pueblo que suministraban  a los labradores de toda la península de instrumentos para las faenas agrícolas (bieldos, alcotanas, azuelas, garios, besanas) y también me emocioné porque me acordé de Rufino Vírseda, el padre de mi amigo Tomás, y me lo imaginé de recua por aquellos riscos con una reata de mulas, de carros y de trillos transportados a cuestas de los machos con tracción de sangre, para abastecer esta zona cercana al Maestrazgo y a la sierra de Gudar.

¡Que de gurrumías, cuantas penalidades! ¡Qué temple el de aquella gente! A mí me consuela saber que Segovia mi provincia siempre tuvo alma aventurera y soñadora ancha es Castilla, que se ganaba el pan con el sudor el polvo y los peligros de los caminos, nunca con la usura.

Los trajinantes de Cantalejo parlaban la gacería, una jerga autóctona que desgraciadamente no ha sido estudiada, ni tratada con el rigor conveniente por los lexicólogos. Está por escribirse la gran novela de los tratantes de Cantalejo, un pueblo de emprendedores empresarios y mercaderes que se dedicaban al trato cabal y valiente. No firmaban papeles. Bastaba con la palabra y estrechar la mano del comprador.  

Jamás engañaban al cliente. Consumado el canje, se iban a la taberna y con mucha ceremonia bebían a la salud de todos. Era la robla o el alboroque, una tradición que arranca de los romanos que se servían de estos arriesgados intermediaros para colonizar y humanizar.

Teruel, hijo Teruel.

Me acuerdo de mi pobre padre, del alférez Recellado y de mi suegro que me hablaba de los rigores de la batalla de Alfambra donde sufrió de pulmonías, y de Rufino Vírseda que también pasó lo suyo en aquella terrible contienda fratricida.

Escapó milagrosamente de la Batalla de la Sed, lo apiolaron en Villanueva del Pardillo. Dijeron que lo habían fusilado y luego apareció en Cantalejo a finales de la guerra, tan campante después de haberle dicho las misas correspondientes.

Pero Rufino era mucho Rufino para que tan pronto lo cantaran el gorigori. Una vida heroica de novela. Así son los héroes anónimos de nuestra tierra. Pues hasta aquí llegaron los cantalejanos y sus cuadrillas hasta estas escarpadas sierras del Maestrazgo por donde anduvo pegando tiros Zumalacarregui con sus carlistas.

Ay España ¡qué hermosa eres y cuan poco sabes del valor de tus hijos!