SASTRES VIENEN AL INFIERNO VAMOS. SER
GORDO ES HOY UN PECADO MORTAL
“Sastres vienen
al infierno vamos”. Quevedo que era tan renco como lenguaraz y es un gozo
leerlo reservado a los estoicos como el que suscribe para entender la
desesperación del mundo aguza sus dardos hacia el honorable gremio de los
alfayates, a los que odiaba tanto como a los taberneros pero un poco menos que
don Luis de Góngora y Agorte, aguza su sátira contra los golilleros del jaboncillo
las tijeras y el acerico prendido en la manga.
Será lo que
tase un sastre. Pues eso. No hay ningún hombre grande para su ayuda de cámara.
Nos tienen
tomadas las medidas y saben mucho de las imperfecciones de nuestra percha y yo
tengo una, que es la desesperación de los del gremio del arte del corte y
confección, pero mi amigo Genaro, el hombre y su hermano Alejandro, que regenta
una sastrería en a Arévalo y son familia de los Seseñas – nadie sabría hacer
una pañosa con tanto cuido y perfección- que debe de ser de las más antiguas de
Castilla la Vieja hacen lo que pueden.
Lo suyo era el
traje talar de los obispos las buenas pellizas y hasta los mandiles de
fregatriz sabían confeccionar. Han estado vistiendo de la Edad Media para acá a
media comarca de las Morañas.
¡Ay aquella pana— la pana de Sabadell— ya nos
se fabrica. Duro hablar del estatuto prostituto pero los catalanes no mandan
retales sucumbiendo en el sector textil a la competencia de los chinos. Toda
una desgracia para los labrantines de mi mocedad cuando un traje era para toda
la vida o al menos habría de durar unos cuantos años, resistentes para ir a
arar o la camisa de percal para los días de fiesta cuando se gastaban pues un
remiendo en aquellos años de labranza no daba para más! Zurcir coser y bordar y
¿qué más? La aguja y el hilo el tijerón a mano para cortar y una cantinela
“tanto que sabes coser tanto que sabes bordar y me has hecho los pantalones con
la bragueta pa atrás” y buena semana te dé el Dic que entonaban los sefardíes
en las aljamas pues era profesión ejercida mayormente por los judíos.
Que “para
sastres Hervás donde judíos los más” y otro dicho competente: “el sastre de
Sacramenia se santigua del revés y da la venia” “con el de Cantimpalos salimos
a palos” y el de “Campillo cose de balde y pone el hilo” “esto es coser y
cantar sí, sí, coser aquí y cantar en la iglesia”, como dijo el otro. Bueno va.
El mostrador de
Genaro es un poco el referente social de las generaciones que pasaron por la
villa y siempre que me voy a probar me hago la misma pregunta. ¿Será este el
último que me hagan? ¿Cuántos afeitados me quedarán? Así que acudo a esta
tienda arevalense pues es para mi un lugar entrañable al recordar las tertulias
de rebotica y las parrafadas que echábamos, cómo arreglábamos el mundo, o cómo
nos contábamos cuentos con cierta prevención. Ya digo tengo un cuerpo que es la
desesperación de los sastres. Las chaquetas del Corte Inglés me pingan y los
pantalones quedan pesqueros o les sobra pernera y por abajo un dobladillo de
más. A un sastre no le engañas jamás. Son gentes acostumbradas a trabajar con
la verdad de nuestros pobres cuerpos que se han de comer los gusanos. Su
intuición les lleva al perfecto conocimiento de nuestras glándulas, saben de
que pie cojeamos.
Ir al sastre es
como pasarse a recoger unos análisis. Genaro me rodea con el metro de plástico
los cuadriles y no me abarca casi. En mi frente unos pelos de menos o más canos
que la otra vez y en la cintura unos centímetros de más. Has engordado. La
buena vida. De la danza sale la panza. ¿Y todos esos lechones que te metes en
la “Pinilla” regados con el vino de las Morañas, eh, eh? No me fastidies,
Genarín a mí lo que me engorda es la mala leche. El ir contra corriente vivir
con la conciencia tranquila, pero sometido a la hostilidad de esas milanas del
estrado cuyos ojos me apuntan cuando entro a trabajar como dos fusiles detrás
de un parapeto.
¿Qué habré hecho yo para caer tan mal a la
gente? ¿Ser gordo? Los gordos nos hemos convertidos en una especie marginal, el
lumpen hostil, al cual esta sociedad tan injusta y descomedida para lo que le
conviene aunque para otras abre la manga ancha, le ha declarado la guerra al
tejidos adiposo. Nosotros no tenemos la culpa pero nos hacen culpables de
nuestros kilos de más, de ser un poco ventripotentes de aspecto y afligidos de
prolepsis o ptosis crónica que es como denominan los endocrinos a nuestra
enfermedad.
El otro día al pasar por cierta puerta mis
mollas quincharon una falleba del arco de seguridad y se dispararon las
alarmas. La securata vino hacia mí hecha una Euménide y, sin llegar a detenerme,
me trató como si fuera un criminal. Señorita fue sin querer pero a estas furias
de no les valen razones. Están ahí para vigilar, no frente a un ataque externo,
sino a los de dentro. 1984. you are being watched. Estás siendo
observado. Te observan por todas partes a través de la mirilla electrónica de
sus cámaras. Una red de espionaje se extiende por toda la ciudad.
La han
emprendido con los fumadores y ahora puede que les toque el turno a los que
somos víctimas de nuestra propia grasa. Proponen un mundo feliz y bajo el
control de los securatas, una especie de policía paralela.
Cámaras por los pasillos, chivatos de
observación hasta en el retrete.
Pues habrá que tomar medidas. Eso es lo que
venimos haciendo desde que don Adolfo Suárez que también fue buen cliente de
esta casa donde yo me visto – pobre Adolfo, ya crías malvas en la ciudad de Ávila—
se marcó la frase de puedo prometer y prometo y después instauró la Transición
y nos colocó en el limbo a todos nosotros. De ahora en adelante todos cabos
primera, que vienen arreando los del Coletas con muy mala leche.. Sí, sí
tomar medidas. El sastre me da otra mala noticia; no sólo han aumentado mis
caderas sino que también las nalgas las tengo con más rumbo en el último lustro
que es el tiempo que a mí me suele durar un terno. Vaya por dios. Mientras mi amigo el sastre de Arévalo no me
ponga motes y me llame Paca la Culona como decía el general Queipo de Llano del
General Francisco Franco no va del todo mal la cosa pero habrá que tomar
medidas, ponerse a régimen y apretarse el cinturón una vez más. ¡Qué sé yo!
Coser acá y cantar en la iglesia. Vas al sastre y terminas en el cura pues bien
lo anotó Quevedo en aquella frase lapidaria: "Sastres vienen al infierno
vamos".