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domingo, 8 de septiembre de 2019


PUNGENTES MEMORIAS

Va para medio siglo de todo aquello el Londres del finiseculo, éramos felices a nuestra manera con nuestros hornillos de gas y el vasar en la scullery (fregadero) la fresquera y la trascocina la bodega donde yo guardaba el telex y al fantasma del conde Kelly. Daba los suspiros últimos lo analógico y avanzaba con la furia del caballo del Apocalipsis, briosa, la yegua de la digitalización insolente. Trump era un macarra que se beneficiaba a las gogós de Studio 54, Johnston era un adolescente escocés que se hacía pajas en Oxford y Putin era un modesto oficial de la KGB. Yo amaba y sentía pavor ante aquel trasto antidiluviano que guardaba en la "cellar" bodega un cuarto con fantasma, consumí muchos rollos de papel injertando mis comunicaciones con Madrid. Todo ese mundo lo traté de exprimir en mi novela “Corresponsal en Londres”. Yo viví aquí, dormí con muchas mozas muchas noches. El piso fue un harén y un monasterio algunos me envidiaban por ello y todavía siguen ternes erre que erre. Es bueno tener enemigos para decirles hola que os aplaste una apisonadora que os folle un buey. Los puros que yo me fumaba (aún recuerdo su vitola: panatelas), necesitaba humo para despachar la crónica, me daba miedo el futuro y me aferraba al presente. Una bañera etrusca valía para que se bañase un turco una vez resbalé y rompí una costilla cuando cambia el tiempo aun me duele. Igual que al Dr. Freud a mí me han gustado siempre los bajos y los sótanos nunca viví en las azoteas. Ella nunca volvió y el tiempo se fue. Viví los 70 en blanco y negro fui un chico con suerte. Una diosa alta y fuerte como una cariátide de mí cuidaba. Pudo ser la Virgen María que yo tenía a la cabecera de mi camastro en la mesilla de noche.