PRAVEDAD DE MATERIA
MI ACCIDENTADA CONFESIÓN AURICULAR EL PENITENCIARIO ME NIEGA LA ABSOLUCIÓN
VUELVO A CONFESARME DESPUÉS DE DIEZ AÑOS ALEJADO DE SRI
No es que me haya alejado de la iglesia pero circunstancias largas de explicar y la entronización del papa Prevost (un pontífice como Dios manda) me empujaron a arrodillarme ante el tribunal de la penitencia.
Otro aliciente: esta pascua de resurrección y de pentecostés (Pfingstein lo llaman los germanos) he sentido aletear la paloma del Espíritu Santo a mi alrededor.
Para “descargar el saco” opté por acudir al penitenciario de la catedral de Segovia, don Crescente, que era de mi curso, contemporáneo y compañero de seminario.
Le recuerdo bien no muy grande de talla pero fuerte como un quejigo jugando a la pelota pegaba unos mangazos que eran como disparos contra el frontón de la torre Carchena esto es el paredón del cine Cervantes que decíamos la huerta del seminario.
Le pedí cita en la capilla del Cristo que remata la nave del crucero de la última catedral gótica. Una tarde de mayo me arrodillé ante aquel cajón prestoso que llaman tribunal de la penitencia para despachar mi confesión auricular diferida tanto tiempo.
No sabía cómo empezar la declaración de mis culpas, pero ¿Qué pecados se pueden cometer a los 81 años?
─Ave María purísima
─Sin pecado concebida ¿Qué te trae por aquí, Antoñito?
─Pues vengo a confesarme contigo, Crescentín
─¿Cuánto hace que no recibes el sacramento?
─Más de tres lustros
Noto al penitenciario revolverse alarmado en su asiento detrás de la rejilla. Suspira, se hace un largo silencio y después dice:
─Tres lustros son quince años
─Cabales.
−En Sevilla y en Linares veinte mulas son diez pares. ¿Perdiste la fe, Parrita?
─Quiá. Sigo en mis trece con los viejos misales y rezo El oficio divino del rito de San Pió V.
─Fue abolido
─Por eso mismo y me hice ortodoxo ruso, en Londres fui ordenado diácono por el metropolitano Antonio
─Qué disparate, pero Xto lo perdona todo. Además, veo que obraste con rectitud de intención.
─¿Vas a misa?
─La rezo en casa
─Esas misas no te valen. ¿No te acuerdas de lo que nos enseñaba don Demoque, ¿te acuerdas de nuestro porfesor de Moral? Mi predecesor en el cargo que era un experto canonista. Las leyes no te las puedes saltar a la torera, están ahí.
─A ver: cuarto mandamiento ¿Honraste padre y madre?
─Les ayudé en lo que pude. De joven entregaba todo lo que ganaba en casa y de mayor cuidé de ellos hasta que fueron viejos. Pero ellos me devolvieron mal por bien, yo era la oveja negra de la familia. Me salí del seminario y eso jamás me lo perdonó mi madre.
─Bueno, eso ocurre en las mejores familias. A ver el quinto. ¿Mataste o heriste de palabra u obra a un semejante?
─Ganas me dieron de matar a más de uno, padre, pero me contuve y en lugar de agredir a los que me agredían o difamaban traté de volver la otra mejilla.
─Bien. El sexo mandamiento. ¿Cometes actos lujuriosos?
─Que cosas tienes, Crescente. A estas alturas, ya somos más viejos que san Hilario. Castos a la fuerza. Me operaron de la próstata y fue como una emasculación química. Sin embargo, la vista y el oído son los últimos en morir aunque poco puedan pecar y a mí me gusta consultar las páginas porno de internet
─Ay, Dios, pero ¿Qué cosas dices, pues? Eres un hombre casado.
─Sí, pero mi parienta anda a lo suyo, se cansó de mí y yo me alivio de mis cuernos entrando en esos chats infames donde toda suciedad encuentra un hueco. En las salas del Desnudo veo cómo se masturban las mujeres de medio mundo, se meten el dedito en el culo, vuelven la vista y eyaculan espuma por la vagina. A mí no es que me solace esto. Es que siento horror. Porque se cumplen las profecías de Sodoma y Gomorra al alcance de un clic con esas pelanduscas.
Las peores, las más hernecidas, duchas en la felación, el sexo anal son las rusas, el beso negro, etc. Estoy por decirte que casi me enamoro de una. Una siberiana guapísima. Aparece en su portal, luego cierra la ventanilla cuando es requerida de amores por alguno de sus lujuriosos solicitantes para un privado exclusivo. Regresa al cabo de un cuarto de hora todo despeluzada y dando la impresión de que el cliente de turno la ha dado una paliza, luciendo moratones en nalgas y pechos.
─Uy por Dios y esa porquería miras
─Se llama Estrella y yo trataba de convertirla hablándole de las penas del infierno. Me escuchaba una vez que parlamenté a Estela con atención y luciendo una cara virginal con aire de no haber roto nunca un plato; atenta me escuchaba al otro lado de la pantalla. Le hablé de que la prostitución es no solo peligrosa para la salud del alma sino del cuerpo también. Todo en vano. Oídos de mercader. Las que caen en ese abismo no pueden ser redimidas. Les puede el vicio. Son adictas al sexo. Le hablo como diacono de la iglesia rusa pero por toda respuesta me mostró un gran cipote de plástico y dijo una blasfemia: "este es mi Dios".
Fue vendida por un macarra judío y acabó en Estambul en un lupanar, pero consiguió regresar a San Petersburgo donde se gana la vida haciendo la carrera. Sexo cibernético.
─Esta Estrella, Crescente, ilumina los cielos tenebrosos del terror del milenario.
─Pero hombre, querido colega, ¿cómo te metes en esos tinglados pecadores?
─Porque tengo órdenes sagradas bizantinas y porque soy periodista y me gustaría anunciar a la juventud de los peligros de estas corrupciones, de estas perdidas que se ganan la vida con el clitoris.
─Esas pobres mujercillas acabarán en la cárcel, el hospital o la calle
─Sí ciertamente. Vosotros los que os quedasteis en el seminario ─le digo a mi antiguo colega─ no sabéis la fuerza que tiene el diablo y yo donde me ves soy un luchador contra la bestia. El argentino que acaba de morir trabajaba para la sinagoga, los malos de esta película.
─¿Cómo te atreves...?
Mi confesor frunce el ceño indignado, percibo su enojo, espero una de aquellos guantadas de cuando jugaba al frontón; tarda de reaccionar unos minutos para concluir:
─Roma locuta, causa finita. No te puedo dar la absolución
─¿Por qué?
─Pravedad de materia. Es decir, que el pecado es demasiado gordo. Has de recurrir a otras instancias, al papa, por ejemplo. Renegaste de tu fe.
─Jamás. Sólo cambié de rito. Del latino por el griego
─Pero los cánones son los cánones, Parrita. No te cabrées
─Sí me cabreo y me indigno, pero para tí la perra gorda que para eso eres el penitenciario de esta diócesis.
El viejo penitenciario Crescente al que yo tanto apreciaba cuando éramos latinos y jugábamos al fútbol en Baterías aquel viejo campo de tierra lleno de guijarros, me despide con cajas destempladas y yo estoy a punto de mandarle a tomar por culo, pero aprieto las cuentas de mi rosario y me voy que bufo.
Dios los perdone a él, a la puta, y a una iglesia que no ha sabido estar a la altura en su lucha contra el diablo. Esperemos que el papa León XIV retorne a la iglesia de Roma por donde solía. Amén. Mi exmologesis acabó como el rosario de la aurora. ¡Mira que negarme la absolución cual si fuese yo un hereje; así pagas nuestra amistad, Crescente, de cuando íbamos juntos en la terna a pegarle patadas al balón en el campo de Baterías! Pues métete tu absolución por donde te quepa. Ego te absolvo a peccatis tuis... Pienso para mi consolación que ciertos sacramentos no son dogmas ni imprimen carácter; son meros símbolos convencionales y que sólo Cristo puede perdonar los pecados. No un cura inepto mal encarado y gilipollas.