ERA UN BUEN CHICO
OBITUARIO CARRASCAL
He was a nice guy, un chico listo, majo, amable, que paliaba la crudeza del mundo de plomo con una sonrisa beatifica pero nada más. Su premio Nadal Groovy una narración del mundo jipi aledaños de la neoyorquina Washington square años sesenta no pasará a la historia de la literatura. “Parra, tú escribes mejor, me dijo Celso Collazo, el delegado de Efe en Naciones Unidas" y creo que hasta me dio un beso en la frente.
A Jose Mari conocí en el alguarín que mi agencia tenía en la ONU con vistas al río Humber por donde navegaban las barcazas basureras y de vez en cuando el cadáver de algún suicida yo vi flotando entre las aguas de esa ría que era la gran cloaca arrastrando toda la mierda de la metrópoli.
A mí no me complacía demasiado aquel chiringuito donde apenas brotaban noticias. Todo eran reuniones, mítines, cabildeos. La era de Kurt Waldheim el austriaco diplomático al que echaron por haber estado encuadrado en las SS, que sucedió al birmano U Thant y antes el sueco Dag Harmasjeld. Con Waldheim la guerra fría estaba dando sus últimos suspiros. Pese a todo, encontré en NY un mundo feliz. No habían llegado los heraldos del globalismo y del nemine discrepante como norma de conducta.
Si no estabas con el poder, ibas a la calle. Yo tuve la suerte de poder contar la vida norteamericana a mi manera lejos de los parámetros oficiales y sin que me echaran a la calle sirviéndome de mis ardides talmúdicas para sobrevivir a los naufragios “si has de vivir con los hombres muévete con cautela de una sierpe”.
Carrascal, un buen chico, guardaba la línea siendo asi un tipo muy lineal no se salía de la acequia marcada, no estaba nunca en offside. Algunos se enfurecieron conmigo porque les levantaron de la cama Hermida, Valverde del YA, Ángel Zúñiga de La Vanguardia, un catalán bellísima persona, porque en unas declaraciones de Golda Meir me había dicho que España era un país importante y diferente a los demás por los judíos. Estábamos bajo el mandato de Jimmy Carter que tampoco representaba a los dirigentes de la Casa Blanca al modo convencional.
El manisero de Georgia que asistí a las preces en la capilla bautista de su pueblo tampoco era convencional pero también un buen chico. Se trataba del último líder norteamericano de origen cristiano en el Despacho Oval.
En política internacional USA trataba de afianzar su poder mundial bajo las directrices del paso a paso creadas por Kissinger, una política que no estuvo exenta de fallos como fue la abdicación del Sha de Persia sustituido por los ayatolas, el derribo de Anastasio Somoza, el mejor amigo de los norteamericano en Hispanoamérica seguido del de Noriega, pues bemoles tiene la cosa el Cara de Piña había pertenecido a la CIA.
Con todo y eso los EE.UU ofrecían un semblante amable de libertad y progreso. El mundo de postguerra desde el movimiento jipi y las sentadas universitarias habían dado paso a la paz norteamericana. NY era un buen lugar para vivir.
Yo me empapé de calle tratando de compulsar el pálpito existencial de los de abajo: cómo vivían qué compraban, cómo se curaban, cómo bebían, cómo fornicaban o donde se divertían los americanos. Yo portaba poco por aquel chiscón en la segunda planta del Rascacielos Azul con vistas a la ría que compartía con un periodista indio. Sus regüeldos a curry me llevaban los demonios.
Tal lugar hubiera sido el sueño de cualquier redactor de mesa pero yo soy un perro callejero con olfato para detectar la noticia por los mercados, el Hospital Bellevue donde nació mi hija Henar, o las tabernas de la First Avenue donde oí cantar maravillosas baladas de la Verde Erín y se bebía buena cerveza negra .
Había leído la novela de mi colega J. L. Castillo Puche en la cual se desenmascara los vicios ocultos o patentes del Edificio Azul.
Para él se trata de un lugar donde todo gatuperio tuvo asiento. Allí en el gran parlamento del mundo se habla, se discute y se escribe por los codos y se jode que tú no veas, sexo y poder. Es la gran montaña de papel. Enjuagues, conciliábulos, resoluciones que no se cumplen para un mundo en guerra, donde en los altos y alfombrados despachos el jefe siempre acaba tocándole el culo a la secretaria. Aunque tal vez sea un mal menor este gran oráculo de los tiempos modernos.
Si no existiera la ONU tendríamos que inventarla.
Cuando renuncié a aquel despacho, una cámara con cristaleras y mamparas cabe la mess o rancho sala de juntas de los corresponsales extranjeros, el indio con el cual lo compartía se puso de uñas ya que mis ausencias le daban vía libre para disfrutar a sus anchas de aquel ventanal y soñar en sus nirvanas mientras contemplaba el tránsito de las gabarras cargadas con los trapos sucios de la gran ciudad.
En adelante tendría que compartirlo con otro. A mí me desplacía el lugar, los eructos de aquel colega. Una vez casi recién llegado de Londres me robaron unas gafas muy chulas y una pipa Dunhill que compré en Londres.
Alternativamente no dejaba de pensar que había llegado a un mundo mágico me estaba asomando al ojo del huracán. Leía como Blanco Tobio todas las mañanas el New york times.
En mis crónicas les daba la vuelta porque la información del famoso rotativo venía filtrada y empedrada de mala uva hacia España pero no había que despotricar contra el oráculo. Bastaba con ponerle ciertos caveats o precauciones y líneas entre paréntesis. Carrascal era un buen chico. Que copiaba al Times.
Vivía en Queens, los ladrones se llevaron todo menos los libros. Lo contaba con una sonrisa. Era un admirador de los norteamericanos. Me describía cómo había llegado de polizonte. Se fumó tres paquetes de cigarrillos para entretener la espera en la aduana de la isla de Ellis le entró carraspera y desde entonces dejó de fumar.
Iba por Manhattan en un Wolskswagen. El escarabajo de Hitler un auto familiar de exiguas dimensiones con el era fácil aparcar a diferencia de los haigas nacionales, los Ford y los Chrysler amplios y cómodos con tres ocupantes en el asiento del copiloto.
Sí, era un buen chico Carrascal, aunque seguramente pasará a la historia más que por sus libros y sus crónicas a veces impecables por sus estridentes corbatas.
En la sala de prensa berreaban los altavoces anunciando convocatorias entradas y salidas de embajadores o reuniones del consejo de seguridad. Otra crisis.
Resoluciones, comunicados. Implementos, complementos e impedimentos. Se hablaban todos los idiomas del mundo- talks and talks, over talks- y luego nada.
El tema de Gibraltar que yo tocaba con denuedo siguiendo la tradición de mis periódicos caían en saco roto. Los ingleses se pasaban por la taleguilla las resoluciones y dictámenes del Consejo de Seguridad. El embajador Piniés ponía oídos de mercader a mis quejas.
Lo mismo que la crisis del Sahara español que con tanto empeño reivindicaba el Alauita instigado por el Tío Sam. Los fosfatos, el petróleo. Las auríferas dunas del desierto.
Piniés ya caduco y algo viejo cuando lo conocí no estaba fino y no aguantó el cerco y las añagazas de los moros. Puede que cayera en la trampa tendida por Mohamed VI y ahora lo estamos pagando todos.
El embajador marroquí un tal Filali verdadera hechura de Maquiavelo sin turbante nos invitaba a cenas y ágapes a los corresponsales. Quería vendernos la burra. Yo pronto me olí la tostada y a través de mis despachos a Madrid protestaba de tal insolencia lo pasé mal. Carrascal era un buen chico pero no quería meterse en líos. Maraña para el Informaciones me amenazó diciendo que era un facha claro que era un becario de Columbia donde la CIA reclutaba sus cachorros para la gran andanada pues qué iba a pasar cuando se muriera Franco.
Todos callados como ursulinas. Por apoyar la causa española y por advertir las consecuencias de la marcha verde pues el moro andaba al acecho de Ceuta y Melilla, del petróleo de las Canarias y que podría venir otra invasión en forma de inmigración soterrada sobre las Islas Afortunadas bajo el patrocinio de Washington (Kissinger no enseña nunca la patita) héteme aquí que me tildan no solo de facha. También de rojo y que trabajaba para los rusos.
Una hija de la Carabias hermana de Carmen Rico a la cual enchufó Piniés de secretaria nunca me dejaba pasar a ver al embajador español en la ONU siempre estaba reunido. Ah la suerte de ser mujer y no morir en el empeño. Al pináculo onusino habían trepado las feministas.
Quería precaverle a don Jaime de mis aprensiones con lo del Sahara pero la hija de Josefina Carabias la eterna corresponsal del YA durante el franquismo me impedía la entrada. Está reunido el señor embajador cuando hasta la recepción llegaba el estruendo de los gritos que pegaba y las vedijas del humo de los puros que se fumaba aquel recio baturro.
Se barruntaban los primeros atisbos feministas. Mujeres al poder mientras las máquinas de escribir echaban humo no habían abierto página los ordenadores y los télex machacaban kilómetros de cinta para contarle al mundo lo que pasaba.
Yo permanecía gracias a Dios y a Franco sumido en medio de aquella vorágine. Siempre al apostadero. Tres oficiales mecanógrafos perforadores de la RCA, la ITT y la Reuter Herby, Frank, y David perforaban con puntos del nuevo lenguaje quilómetros de cinta telemática a velocidades de vértigo. Herby transcribía una crónica a Madrid de seis folios en cinco minutos.
Era judío muy amigo mío pues yo en Nueva York me eché alguna que otra novia judía y le contaba como nací en la aljama de Segovia la Puerta del Socorro y que mis ancestros podían ser de tal raza, pero se quedaban de piedra cuando yo criticaba la política israelí en palestina o les decía que un judío puede llevar la torah en su corazón, no es necesario regresar a la tierra prometida derramando sangre.
Me decían;
-"pues tú no eres judío. El eretz Israel es santo".
-Sí, pero de otra tribu,- contestaba un servidor.
Así que perdíamos las amistades. Frank era italiano y se parecía a Frank Sinatra cuando no estaba borracho. No supe que fue de los transcriptores insuperables en el número de pulsaciones por minuto.
Herby se fue a Miami a morir en el cementerio de elefantes Frank murió de cirrosis le daba bien fuerte a la cerveza y David creo que se casó con una millonaria rusa.
Carrascal ah Carrascal, hacíamos cola para mandar nuestros despachos a Madrid ha muerto el pobre solo. No sé lo que sería de su mujer Hannelore la alemana, si murió antes o se divorció. A pesar de todo lo contado era no solo un buen chico sino también un buen periodista que se las apañó para sobrevivir a la hecatombe.
Y ahora después de una larga vida de 93 años descansa en paz, Josemari. Otro que se va
sábado, 4 de noviembre de 2023