EL IDILIO DE UN ENFERMO LA
MAESTRÍA NARRATIVA DE ARMANDO PALACIO VALDÉS
Vuelvo sobre mis pasos, vuelvo a rejuvenecer con la lectura de uno de los grandes novelistas españoles injustamente olvidado A. Palacio Valdés Laviana 1858- Madrid 1936. Yo tenía 20 años trabajaba mucho para sacar adelante tres carreras y encima daba clases particulares para ayudar a mi familia. Caí en una astenia o debilidad general unos médicos decían que tenía el estomago caído, me había quedado igual que una espàtula, otros sospechaban de una tisis, yo pensaba que era un cáncer de estomago, devolvía todo cuanto comía.
Colabaraba en los periódicos de Madrid con mis primeros artículos y reportajes.
Para colmo se me declaró una infección bucal a causa de un supernumerario que creció al revés, me hospitalizaron, pudieron evitar la septicemia con la extracción de un paleto y un colmillo.
¿Iba a estar desdentado toda mi vida? Caí en la desesperación. Por fortuna tuve la suerte de encontrar a un estomatólogo que después de fabricarme una prótesis me dijo que yo no padecía de cáncer, ni tisis, ni tenía el estomago caído.
Lo mío era un surmenage o exceso de trabajo y me mandó a curarme con un tío mío cura en una aldea asturiana.
Allí no solo se me pasaron mis males también empecé a vivir la vida. Me enamoré de todo cuanto se movía mozas chigres, ataruxos, romerías, el campanu, los filandones. Yo creí que la existencia era una danza prima y que el mundo estaba poblado de seres humanos como los Iturripes y de mujeres tan perfectas como Demetria aunque hubiese seminaristas golfos como Celesto el deuteragonista de esta novela el cual, recibidas las ordenes menores, dejaría el vino y las mujeres cuando le ordenasen de mayores, puesto que sólo quería ser un cura de misa y olla.
Mientras tanto, cantaba Celesto por
los chigres de las Luiñas aquellas anacreónticas:
La
mujer que es gorda y tierna/ tiene buena pierna/ y al cura hace pecar/
mereciera ser duquesa/ y el cura cardenal
Celesto pese a su charlatanería, sus golferías de perdis incombustible, acabaría siendo un buen clérigo con su olla, su misa y su Marialuisa.
Predicaría los domingos ante una iglesia abarrotada, pero guardián de la fe administrador de la paciencia de Dios y de los sacramentos.
La fe del carbonero en tal instancia es la que vale. Los enemigos
de la iglesia quieren que nuestra fe sea un problema de bragueta bajo la norma
de un solo mandamiento el sexto y hay otros diez. El peor el octavo y el más
dañino el de la codicia disfrazada de soberbia y sabiduría.
La burocracia, el modernismo, el
globalismo, el satanismo, la macrocefalia vaticana determinan un cambio que
algunos califican para bien pero para los que, aun siendo pecadores como yo y
sabemos un poco de teología, nos parece deletéreo y destructivos: los conventos
en venta, los seminarios vacíos, las catedrales convertidas en museos donde hay
que pagar por entrar, donde ya no se escucha el canto llano y apenas se
celebran los divinos oficios.
He ahí el tinglado de la antigua
farsa. Ecce homo.
Por ese cabo las monjitas de
Belorado son unas enviadas de Dios contra viento y marea y a despecho de las
conferencias episcopales, dirigida por ese tarugo que se llama Luis Arguello al
que conocí de seminarista en Arenas de San Pedro.
Ahí está el quid de la cuestión. El
busilis de la cosa.
Expuesto lo dicho y si nos abstenemos de obispos libeláticos y de sacerdotes impostores, las clarisas de Belorado aun a costa de ser motejadas de herejes, han lanzado un aviso a Roma y su razón es mi razón que también amo a la iglesia y creo profundamente en Xto Salvador.
Por eso cuando subo la
autopista del Huerna de regreso a Madrid y paso cerca de la espadaña de una iglesia rural al lado
del camino le digo a mi compañera:
“Yo hubiera sido un buen sacerdote
como el cura de Riofrio el pariente del protagonista de Idilio de un enfermo
tal vez demasiado avuncular y de manga ancha.
Pues ya lo dijo ese cantar de romería
asturiana: “el señor cura no baila porque
tiene corona baile señor cura baile que Dios todo lo perdona”
Y ella me retruca “Buen cura para el pinte;
mocero, faldero, te gustaron demasiado las mulleres, no me vengas con historias”.
Esbozo una sonrisa. Todas las novelas de don Armando me hacen sonreír.
Fue un escritor tolerante el mejor de
la Restauración. También me hacen a veces llorar.
Ni que decir tiene que el joven escritor del Idilio de un enfermo cura de todos sus
males y dolamas y regresa a los madriles hecho un brazo de mar.
En Asturias se enamoró, se curó y
se echó novia.
Pero no adelantemos
acontecimientos.
Esta es la primera parte de una
serie de capítulos que pienso dedicar a mi autor preferido.
Puxa Asturies.
martes, 21 de mayo de 2024