PAYNO FUE NUESTRO ADALID LITERARIO
Darío el protagonista del “Curso” y su novia Bele ya son (somos) octogenarios.
Con todo y eso, hay algo en la literatura que nos acerca al manantial de la eterna juventud. Leyendo esta gran novela, premio Nadal 1961, pasaron ya 62 años, me he vuelto a sentar en aquellas sillas cangrejas para tomar apuntes y he vuelto a ver al profesor Mariner resurrecto, cubierto de polvo de tiza en la pizarra explicando los hexámetros de Horacio y he bajado al bar de Filosofía a tomar chatos de tintorro con el poeta Dámaso Alonso.
Recuerdo que a mi lado en las clases de comunes se sentaba un joven norteamericano de origen ucranio que se había matriculado para evitar ser llamado a filas; no quería ir a la guerra de Vietnam. Las páginas del Curso me traen vivencias del ayer: los guateques, las subidas y bajadas en el F o en el tranvía de Moncloa que a veces descarrilaba entre las risas y maldiciones de aquel tranviario gallego que juraba en el idioma de Rosalía de Castro cuando nos pingábamos de la catenaria.
-Ainde etoufes, rapaz.
Fueron para mí años felices y muy duros para sacar adelante dos carreras la de Románicas con Filología Inglesa y la de Periodismo. Aún guardo los cuadernos, libretas y jotters envejecidos y amarillos del tiempo donde yo estampaba lo que oía en las clases de historia, griego (siempre peleándome con los aoristos), las “marías”, aquel profesor algo mariquita que mandaba sentarse en las mesas de delante a los chicos guapos.
El profesor Melón, como se jubilaba, corría el año 63 dio aprobado general. Bendito asturiano. El esfuerzo, las malas comidas determinaron que se me cayera el estómago. Creí padecer un cáncer, me operaron al mismo tiempo que al general Muñoz Grandes.
Fue una falsa alarma, mis nervios. Me asaltaron ciertos complejos. No sabía qué decirles a las chavalas cuando iba al baile. Tú, natural, como si nada, me recomendaba el Agustín que me indujo a la primera experiencia sexual con una puta del Cerro la Plata.
Tanto asco me dio que nunca jamás probé el amor mercenario. Mis complejos de que era feo y que no me querría nadie fueron producto de mis obsesiones depresivas. Demasiado trabajo aparte de mis estudios, daba clases particulares para ayudar a mi familia.
Conocí andando el tiempo a la mujer más bella de Inglaterra y tan es así que me casó con ella. No pude desterrar, sin embargo, ese complejo de inferioridad que tenemos los españoles, producto de una mala educación sentimental.
En aquellos seminarios de postguerra los curas querían castrarnos. No he perdido la fe y doy gracias a Dios por estos largos años de lucha y de amor a las letras.
He celebrado mis bodas de diamante con las letras. Era otra época. La mejor que ha tenido España en siglos enteros, polos de desarrollo, vacaciones pagadas, y a la puerta el 600D que regalé a mi padre cuando marché para Londres.
We never had it so good. Gracias Payno, un verdadero malabarista de nuestros sueños. Cuando sobrevino la hecatombe de esto que llaman “democracia” quisieron silenciarte pero contigo somos muchos los escritores preteridos, purgados, ninguneados, difamados silenciados.
Ora Amordazados, ora descatalogados. En todo este tiempo la guillotina de los neo inquisidores no daba abasto.
Sin embargo, creo que no pudieron con nosotros. Salutem plurimam, amigo Payno, y un beso cariñoso para todas aquellas nuestras novias que hoy son viejecitas o crían malvas en cualquier cementerio olvidado
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